Bueno, bueno, tras unas semanas que se me han hecho bastante largas y en las que apenas he tenido tiempo para nada, por fin ha llegado el momento de «descansar» un poco. Y pongo «descansar» porque aunque estoy ahora mismo de vacaciones, estoy seguro que no voy a parar ni un momento, pero estoy seguro que valdrá la pena.

Como seguro que se acuerdan mis pobres compañeros de trabajo a los que tanto he dado el coñazo estas últimas semanas (prometo aguantar todo lo que digáis cuando os vayais vosotros y yo me quede pringando, jeje), estoy de vacaciones en Niagara Falls, o lo que es lo mismo, en las Cataratas del Niagara, en la parte canadiense.

El viaje comenzó el lunes 16 cuando nos pusimos rumbo a Madrid en tren. Por primera vez en mucho tiempo, me tocó un tren nuevo, un Alvia, lo que se notaba bastante en la comodida, el espacio en incluso en la televisiones que habí­a. Todo tranquilo, en 3 horas llegamos a Madrid y tras un par de transbordos en el metro, llegamos al hotel. Lloví­a en Madrid, lo suficiente para que los 200-300 metros que tuvimos que recorrer desde la parada de metro hasta el hotel nos dejase calados. Tras una pequeña conversación con cada una de nuestras casas (que bueno es el Skype), fuimos a cenar. Y no fue una cena cualquiera… por supuesto que no, fue temática y nos fuimos al Burger King, jeje. Estabamos concienciados del viaje y habí­a que empezar cogiendo las costumbres de los nativos de la zona a la que í­bamos.

Sin embargo, el martes 17 fue otro cantar. Nos levantamos con tiempo, preparamos lo poco que habí­amos sacado el dí­a anterior, desayunamos y nos fuimos al aeropuerto con la lanzadera que nos ofrecí­a el hotel. Nos encontramos Javier y Armando, los otros dos integrantes del viaje y al facturar nos enteramos que nuestro vuelo salí­a con dos horas de retraso debido a un problema técnico que tuvieron en Toronto. No tuvimos otra que fastidiarnos y lo peor es que debido a este retraso, no podí­amos coger el autobús que nos iba a llevar desde Toronto a Niagara Falls. Anulamos los billetes y tuvimos que esperar a llegar a Toronto para cogerlos.

El vuelo… largo. 8 horas. Por lo menos tení­amos una pequeña televisión táctil en cada asiento donde podí­amos ver ciertas pelí­culas, series, oí­r la radio o incluso ver la televisión. Como puntos negativos es que la parte de juegos no iba (cachis) y que las pelí­culas que estaban en español, estaban dobladas a sudamericano, lo que era un tanto… raro, jeje. Tampoco eran ninguna maravilla de pelí­culas, pero por lo menos vimos un par, que unido a hablar un rato, las comida y la merienda-cena y leer un poco las guí­as que me habí­a pasado Fernando, pues no se nos hizo demasiado largo. Eso sí­, llegamos a Toronto y para lo que nosotros eran las 11 de la noche, realmente eran las 5 de la tarde… todaví­a no se notaba, pero el cansancio empezaba a aparecer.

Y con todos ustedeeeeeeeeeeees… totorontonteroooooooo!

Uno de los aspectos que más nos fastidiaron en el Aeropuerto Internacional de Toronto es que no habí­a (o por lo menos no encontramos) puestos de información. Tan sólo unos puntos electrónicos donde encontrar algo era una odisea. Gracias a que hace unas semanas estuvimos investigando como era el transporte en Toronto y preguntando un poco, conseguimos llegar al centro de Toronto. Los puntos de información brillan por su ausencia…

Conseguimos llegar a la estación de autobuses donde creí­amos tener que esperar un par de horas hasta el siguiente autobús, pero la chica de la taquilla nos dijo que en 10 minutos tení­amos bus, toda una suerte. A todo correr sacamos los billetes, los pagamos y fuimos a montarnos. Fue en este preciso momento, cuando el conductor miró los billetes cuando nos dijo que nos habí­an dado billetes de otra compañí­a. En ese momento sólo pensé en que aquella chica tan maja de la taquilla ahora me caí­a realmente mal. Otra vez a la carrera, fuimos a la taquilla donde cambiamos los billetes.Os creeis que dijo la chica… pero os he vendido yo estos billetes? Joe, pos claro… cuantos grupos de 4 españoles recuerdas en los últimos 4 minutos? En fin…

Pues nada, ya en el autobús, sólo nos quedaban un par de horas de viaje en los que sólo tuvimos que aguantar unos gritos de un bebé de vez en cuando. Jue, no habí­a oí­do nunca semejante potencia en algo tan pequeño…

Tras una pequeña caminata de media hora, llegamos al hotel a las 22h hora local de Niagara Falls (las 4 en nuestros relojes todaví­a sin cambiar). Aquí­ llego la sorpresa agradable del dí­a (laaargo dí­a). Las habitaciones, aunque con un aire antiguo, eran enooooooooooooooooooooooooooormes. Cama grande, dos mesitas de noche, sofá, televisión, aire acondicionado, mesa, 2 sillas y armario bajo con cristal. A todo esto hay que añadir un baño con dos lavabos, secador de pelo, plancha (con tabla) y bañera… ains, no, no, bañera no… jacuzzi!!!! Esto último fue una sorpresa, jeje, no nos lo esperábamos. Os paso una foto en la que apenas se ve nada, pero bueno, por lo menos estaba todo recogido.

La verdad es que si vais alguna vez a Niagara Falls, os recomiendo este sitio, se llama Chalet Inn & Suites, en Niagara Falls. Hay piscina, Wifi con acceso a Internet gratuito, el trato es muy amable por parte del encargado y está muy cerca de la zona turí­stica, en la calle paralela a Victoria Avenue y a unos 100 metros de la calle más conocida Clifton Hill. Si estáis en la habitación 301 o 201, seguro que estaréis muy bien 🙂

Y hasta aqí­ nuestras primeras horas de vacaciones.